Vivímos entre la naturaleza salvaje y la civilizada sociedad. En el punto medio entre bosque y ciudad nos encontramos...
jueves, 7 de septiembre de 2017
Tango
Detrás de su fuelle abierto Fressedo fuma en un rincón
mientras Troilo parece inclinarse con su pera hacia
su dócil bandoneón.
Gardel desde las lejanías hace ecos con su voz infinita
atravesando las luces de Buenos Aires, que tendida
sobre la tierra, emana de sus venas sangres de río
y vientos del plata.
D’arienzo, apoya sus brazos sobre el escritorio, y se queda dormido
por siempre, buscando una alteración más al ritmo.
Mientras Piazzola multiplica el ritmo del maestro,
Pugliese detrás de un cortinado observa con ceguera
el quincho de Mariano Mores mientras toca el piano,
y Alberto Castillo entona como si se inflara su garganta
y lanza un grave motivado por un tenue agudo para entonar
que así se baila el tango. Y Alberto Podestá con voz angelical
y cejas de diablo, sentado en un sillón bebe whiskey y mira
a las parejitas danzar.
Edmundo Rivero con su bigote ralo, bebe un tinto sin mancharlo,
y agarra la guitarra para entonar una milonga con voz varonil,
y por ahí en el costado en la ventana, vez pasar al 219,
con Goyeneche cantando y relatando tangos a los pasajeros.
En la cama duerme Magaldi con su voz que emana pañuelos;
y en un rincón de una mesa come un asadito el maestro Di Sarli,
tras de sus lentes oscuros y su amistad universal.
Todos personajes de allá del pasado en blanco y negro
son esas las huellas de esta ciudad que poco a poco
más los va enterrando y polvoreando, sin dejar flores,
sólo bolsas de plástico.
Todos personajes, tantos, allá olvidados, no en vitrinas ni museos,
guardados en cajones de cartón, discos de pasta acumulados como
chatarra vieja añeja desfigurada insípida innecesaria e improductiva,
y la viva esencia de los fantasmas hace eco en las madrugadas
en cada ventana de pieza, quieren entrar y seguir jugando a las veladas
porteñas.
Y una voz porteña desde el pasillo se escucha, Ángel Vargas
a paso parejo va llegando al salón,
donde lo espera su tocayo y compañero Ángel D’Agostino,
y en su sacro ritmo despiertan de la siesta a la ciudad
con la luna rodando en el gran estadio Porteño,
vuelve la algarabía
de tiempos dormidos,
Se reabre el Luna Park.
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